Richard Romero, hijo de Marquetalia
- Por Redacción LadoB
- 8 jul 2017
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Interrumpió la marcha. Dejó a un lado el fusil y el morral. En medio de las selvas del sur del Tolima, sin posibilidad de ser atendida por una partera y mucho menos un médico, Marina Ruiz debió parir por su propia cuenta a su primer hijo. Era el 22 de marzo de 1957 cuando trajo al mundo a Richard Romero.

Marina hizo dieta durante dos días, tiempo en el que apenas si pudo recuperar un par de fuerzas y continuar la marcha al lado del recién nacido y de Germán Romero, su esposo.
—Mis padres fueron guerrilleros Marquetalianos, legendarios fundadores de las FARC, modestia aparte de la cual me siento sumamente orgulloso.
La represión del gobierno conservador que perseguía a liberales y comunistas, más la violencia bipartidista, desatada tras la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, había empujado a Marina y Germán a hacer parte de las autodefensas campesinas, una forma de organización política que agrupaba a campesinos para resistir y resguardar así la vida de sus familias.
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Una vez más Richard volvió a pisar Marquetalia, un puñado de montañas incrustadas sobre el lomo de la Cordillera Central. Parado sobre una de ellas, con el viento soplando fuerte sobre su cara, trata de encontrar las palabras para poder explicar lo que significa para él estar de vuelta.
—No sé cómo manifestarlo pero es sumamente grande, emocionante.
Trae de vuelta los primeros años en esa tierra que un día el senador conservador Álvaro Gómez Hurtado bautizó como repúblicas independientes.
—Yo nací acá en Marquetalia y trabajábamos en la finca. Me iba con mi papá a ayudarle a arriar marranos, ganado, bestias, a rozar, a desmatonar a sembrar.
Remover la tierra y sembrar para que de ella brotaran alimentos, era la rutina de las familias campesinas asentadas en zonas alejadas donde con suerte se conocía al Estado a través de las noticias que llegaban por la radio.
Mira al cielo como hurgando en los recuerdos para recordar cómo en medio de las jornadas de trabajo en la montaña, su papá, conocido en el grupo de autodefensas como el “Sargento Patas”, le decía que quería que estudiara y fuera un profesional que sirviera a la sociedad.
Lo intentó pero no pudo cumplirle el sueño a su viejo, no porque no quisiera sino porque cargar con el estigma de ser hijo de uno de los guerrilleros marquetalianos que pertenecía a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia lo obligó a dejar el corregimiento de Gaitania, en el municipio de Planadas.
—Por ser hijo de guerrilleros me marcaron y me perseguían para matarme siendo yo estudiante, un niño. Ante la arremetida de los sapos, de la pajaramenta, del mismo ejército, de la misma policía, hasta el mismo inspector de policía, me perseguían para matarme, entonces, ya llegó un momento en que se puso sumamente dura y difícil la situación y me tocó irme de Gaitania.
Se vio obligado a dejar a su mamá, sus hermanos, el trabajo con el que ayudaba para los gastos de la casa y a los amigos del colegio Pablo Sexto donde cursaba séptimo. Fue a parar al El Pato, en el Huila, donde un par de años después ingresaría al segundo Frente de las FARC junto a Joselo Lozada, uno de los fundadores de esa guerrilla.
No era la primera vez que le tocaba dejarlo todo. Desde niño había sido una constante empacar y marcharse. Cuando el Ejército de Colombia por orden del presidente Guillermo León Valencia lanzó sobre Marquetalia la “Operación Soberanía” en 1964, Richard y su familia agarraron las 85 reses, 15 mulas, los marranos, las gallinas y los pavos y salieron desplazados de la zona. A los ocho días ya no tenían nada, cuenta Richard que la “pajaramenta” les robo todo.
—Nos toca vivir toda esa situación de enfrentar día y noche con mil esfuerzos, sacrificios, con hambre, sed, mil necesidades, durmiendo por ahí en la cueva de un palo, en la bamba de un palo, en la cueva de una piedra, cosas así. Construían un ranchito hoy aquí, déjelo acá, y ya mañana otro porque tenía que defender la vida, más o menos así.
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Richard tiene una habilidad para hablar y contar historias. A su voz le acompaña un suave acento “paisa” que le recuerda a sus ancestros antioqueños y quindianos quienes colonizaron las tierras del sur del Tolima. Pero ese acento también se le fue pegando en los años en los que en las filas de las FARC recorrió, tras el sueño de la revolución, algunas partes de Antioquia, Caldas, Risaralda y Quindío.
El “patas” o el “paticas” como le dicen en la guerrilla a Richard, tiene 60 años de los cuales 38 los ha vivido militando en las FARC, unas veces bajo el fuego de la guerra y otros, atrincherado en la cárcel como prisionero político, espacios desde donde, explica, ha aportado humildemente a un proceso revolucionario que hoy a desembocado en un acuerdo de Paz.
De doña Marina, que quien su amor lo formó y de don Germán, quien murió entregado a la lucha insurgente, heredó la capacidad, de eso que un día el Ché Guevara describiera como sentir cualquier injusticia cometida contra cualquiera.
—Uno al lado de los padres, viendo la lucha que les tocaba desarrollar enfrentándose a mil situaciones de la guerra y uno sin saber nada de la guerra pues termina contagiándose de ese valor de ese coraje de esa visión y convicción de lucha. Uno lleva muy dentro eso de la revolución, uno lleva muy dentro eso de los cambios de la transformación, uno lleva muy dentro eso de la firma de los Acuerdos de Paz por lo que hemos luchado toda la vida.
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